En el Antiguo Testamento, los levitas eran una tribu especial designada para funciones religiosas, y no recibieron un territorio amplio y continuo como las otras tribus de Israel. En su lugar, se les otorgaron ciudades dentro de los territorios de otras tribus. Este versículo menciona específicamente a los descendientes de Coat, una familia levítica prominente, quienes recibieron diez ciudades de la mitad de la tribu de Manasés. Esta asignación formó parte de una distribución más amplia de tierras para asegurar que los levitas estuvieran esparcidos por todo Israel, permitiéndoles cumplir con sus roles en la instrucción religiosa y el servicio en el templo. La presencia de levitas en diversas regiones fue crucial para mantener la vida espiritual y religiosa de la nación, ya que eran responsables de enseñar la ley y dirigir la adoración. Este sistema también enfatizaba la integración del liderazgo espiritual en la vida cotidiana del pueblo, asegurando que la guía religiosa fuera accesible a todas las tribus.
La asignación de ciudades a los levitas no solo garantizaba su sustento, sino que también fortalecía el vínculo entre la espiritualidad y la comunidad, recordando a todos la importancia de la fe en la vida diaria.