En la iglesia cristiana primitiva, la profecía era un don espiritual significativo, y este versículo explica su propósito. La profecía está destinada a servir a la comunidad proporcionando palabras que fortalezcan, animen y consuelen a los demás. A diferencia de la idea común de que la profecía se trata únicamente de predecir eventos futuros, este versículo aclara que su función principal es edificar la iglesia. Fortalecer se refiere a construir la fe y la resiliencia de los creyentes; animar implica ofrecer esperanza y motivación; y consolar significa proporcionar alivio y seguridad en tiempos difíciles.
Este enfoque de la profecía se alinea con el principio cristiano más amplio de amor y servicio a los demás. Al centrarse en estos aspectos, el versículo sugiere que el don de la profecía debe utilizarse desinteresadamente para apoyar y nutrir el bienestar espiritual de la comunidad. También implica que la comunicación efectiva dentro de la iglesia debe tener como objetivo elevar e inspirar, reflejando el amor y la compasión que son centrales en la fe cristiana. Esta comprensión de la profecía anima a los creyentes a buscar y compartir palabras que contribuyan positivamente a la vida de los demás.