Después de convertirse en rey de las tribus del norte de Israel, Jeroboam buscó establecer una práctica religiosa distinta para evitar que su pueblo viajara a Jerusalén, que estaba en el reino del sur de Judá, para adorar. Eligió una fecha para un festival que no estaba ordenada por Dios, creando una nueva tradición para solidificar su poder político. Este acto de crear un festival y ofrecer sacrificios en un altar que construyó en Betel fue significativo porque marcó una ruptura con las prácticas de adoración que estaban centradas en Jerusalén, donde se encontraba el Templo.
Las acciones de Jeroboam destacan la inclinación humana a priorizar agendas políticas y personales sobre la fidelidad espiritual. Al instituir sus propias prácticas religiosas, intentó controlar la vida espiritual de su pueblo, lo que finalmente condujo a una mayor división e idolatría. Esta narrativa sirve como una advertencia sobre los peligros de desviarse de las prácticas divinamente establecidas y la importancia de la unidad en la adoración. Nos anima a buscar la voluntad de Dios y a permanecer fieles a Sus mandamientos, en lugar de dejarnos llevar por motivos personales o políticos.