El arca del pacto fue un símbolo central de la presencia y promesas de Dios para los israelitas. Contenía las dos tablas de piedra que Dios entregó a Moisés en el monte Horeb, las cuales contenían los Diez Mandamientos. Estos mandamientos no eran solo reglas, sino que representaban un pacto divino, un acuerdo vinculante entre Dios y su pueblo. Este pacto se estableció tras la dramática liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto, marcando un nuevo comienzo para ellos como nación bajo la guía de Dios.
El hecho de que el contenido del arca se limitara a estas tablas subraya la centralidad de la ley de Dios en la vida de los israelitas. Era un recordatorio tangible de su relación con Dios y de sus expectativas. Por lo tanto, el arca no era solo un artefacto histórico, sino un símbolo vivo de fe, obediencia y guía divina. Servía para recordar a los israelitas la presencia duradera de Dios y la importancia de adherirse a sus mandamientos mientras navegaban su camino como pueblo elegido.