En este pasaje, el orador se dirige al pueblo de Israel, señalando su grave error en la práctica religiosa. Habían expulsado a los sacerdotes legítimos, que eran los hijos de Aarón y los levitas, y en su lugar habían nombrado a sus propios sacerdotes, al igual que las naciones circundantes que adoraban a dioses falsos. Esta acción representaba un serio alejamiento del sistema de adoración que Dios había establecido para Israel. Al permitir que cualquiera que pudiera costear las ofrendas requeridas se convirtiera en sacerdote, estaban socavando la sacralidad y la designación divina del sacerdocio.
Este versículo sirve como advertencia sobre los peligros de abandonar los mandamientos de Dios en favor de tradiciones humanas o conveniencias. Resalta la importancia de adherirse al orden divino y las consecuencias de desviarse de él. El mensaje es claro: la verdadera adoración requiere obediencia a las instrucciones de Dios, no la adopción de prácticas que son contrarias a Su voluntad. Este llamado a regresar a una adoración auténtica y a la obediencia es atemporal, recordando a los creyentes la necesidad de permanecer fieles a los caminos establecidos por Dios.