Felipe, uno de los primeros evangelistas cristianos, estaba activamente difundiendo el mensaje de Jesucristo. Su ministerio iba acompañado de señales milagrosas, que eran manifestaciones del poder del Espíritu Santo. Estas señales servían para autenticar su mensaje, atrayendo la atención de las multitudes. La gente no solo se maravillaba de los milagros, sino que también estaba dispuesta a escuchar el mensaje de salvación que él predicaba. Esta combinación de palabra y acción resultó efectiva para propagar el Evangelio, ya que demostraba la realidad del poder y el amor de Dios. El pasaje subraya el papel del Espíritu Santo en empoderar a los creyentes para que sean testigos efectivos. También ilustra cómo las señales y maravillas pueden servir como un puente para abrir corazones al Evangelio. La atención de las multitudes indica una disposición para recibir el mensaje, mostrando cómo Dios prepara el camino para que Su palabra sea escuchada y aceptada. Este pasaje anima a los creyentes de hoy a confiar en la guía y el poder del Espíritu Santo en sus propias vidas, confiando en que Dios puede usarlos para alcanzar a otros de maneras significativas.
La obra de Felipe nos recuerda que el testimonio auténtico y el amor en acción son fundamentales para atraer a las personas hacia el mensaje de Cristo.