En la interpretación del sueño del rey Nabucodonosor, la estatua hecha de hierro, barro, bronce, plata y oro representa reinos terrenales sucesivos, cada uno con sus propias fortalezas y debilidades. Estos reinos, a pesar de su poder e influencia, son en última instancia transitorios y serán barridos como el tamo, que es la parte ligera e inútil del grano que se lleva el viento durante el trilla. La roca que destruye la estatua simboliza un reino establecido por Dios, que no es hecho por manos humanas. Este reino se representa como creciendo hasta convertirse en una gran montaña que llena toda la tierra, simbolizando su naturaleza eterna y universal.
La imagen de la roca convirtiéndose en montaña enfatiza la estabilidad, permanencia y origen divino del reino de Dios. Esta visión ofrece un poderoso recordatorio de que, aunque los imperios humanos surgen y caen, el reino de Dios perdura para siempre. Proporciona esperanza y seguridad a los creyentes de que el plan de Dios prevalecerá en última instancia, y Su reino traerá justicia y paz al mundo. Este pasaje alienta la fe en la soberanía de Dios y la creencia de que Sus propósitos se cumplirán, a pesar de la naturaleza temporal del poder humano.