Ezequiel narra una visión en la que identifica a los seres vivientes que había visto anteriormente junto al río Kebar como querubines. Estos seres angelicales son frecuentemente considerados como guardianes de la santidad y la presencia de Dios. La visión enfatiza la majestuosidad y la trascendencia de Dios, recordándonos Su autoridad divina y la naturaleza asombrosa de Su corte celestial. La referencia al río Kebar vincula esta visión con experiencias anteriores de Ezequiel, sugiriendo una revelación continua de parte de Dios. Para los creyentes, este pasaje sirve como un recordatorio de la naturaleza misteriosa y poderosa de la presencia de Dios, fomentando un sentido de reverencia y asombro. También resalta la importancia de reconocer la comunicación constante de Dios con Su pueblo, asegurándoles Su presencia y guía incesantes.
La imagen de los querubines, con su apariencia de fuego y relámpagos, simboliza la energía y el poder divino, invitando a los creyentes a acercarse a Dios con respeto y admiración.