Dios ofrece una promesa de renovación y vida a través de su Espíritu. Esta promesa no solo implica un resurgir físico, sino también espiritual. La presencia del Espíritu de Dios trae consigo una transformación que permite al pueblo experimentar una vida plena y significativa. Al ser colocados en su propia tierra, se reafirma su identidad y propósito. Esta promesa es un recordatorio de que, incluso en tiempos de desesperación o incertidumbre, Dios tiene un plan de restauración y esperanza. La acción de Dios es un testimonio de su amor y fidelidad, asegurando a su pueblo que no están solos y que su destino está en manos divinas. La afirmación final de que Dios ha hablado y actuado subraya la certeza de sus promesas, invitando al pueblo a confiar plenamente en su dirección y cuidado.
Pondré mi espíritu en vosotros, y viviréis, y os colocaré en vuestra propia tierra; y sabréis que yo, el Señor, he hablado y lo he hecho, dice el Señor.
Ezequiel 37:14
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