En este versículo, el autor de Hebreos establece un contraste vívido entre las experiencias de los israelitas en el monte Sinaí y el nuevo pacto establecido a través de Jesucristo. El monte Sinaí, donde se dio la ley, era un lugar de asombro y temor, marcado por manifestaciones físicas como el fuego, la oscuridad y la tempestad. Estos elementos simbolizaban la santidad y el poder de Dios, que era inalcanzable y abrumador para el pueblo. La experiencia en Sinaí era de distancia y miedo, donde se advertía a la gente que no tocara el monte, bajo pena de muerte.
En contraste, el nuevo pacto invita a los creyentes al monte Sion, una montaña espiritual que representa la Jerusalén celestial, donde la presencia de Dios es accesible a través de Jesús. Esta nueva relación se caracteriza por la gracia, la misericordia y el amor, en lugar del temor y el temblor. El énfasis está en una conexión personal e íntima con Dios, posible gracias a la fe en Cristo. Este cambio de miedo a gracia anima a los creyentes a acercarse a Dios con confianza, sabiendo que son bienvenidos en Su presencia como hijos amados.