En este versículo, el autor de Hebreos establece una distinción entre el sacerdocio terrenal y el sacerdocio celestial de Jesús. Los sacerdotes terrenales, de acuerdo con la ley, cumplen con sus deberes ofreciendo sacrificios y dones según lo prescrito. Estos sacerdotes forman parte del orden levítico, establecido bajo el antiguo pacto. Sin embargo, Jesús, quien es descrito como un sumo sacerdote en el orden de Melquisedec, tiene un propósito diferente. Su sacerdocio no se trata de realizar los rituales asociados con la ley, sino de establecer un nuevo pacto que ofrece una relación más profunda y espiritual con Dios.
El versículo subraya que si Jesús fuera simplemente un sacerdote terrenal, no tendría un papel único, ya que ya hay sacerdotes que cumplen con esos deberes. En cambio, su sacerdocio es celestial, lo que significa un ministerio más profundo y eterno. Esto resalta la naturaleza transformadora de la obra de Jesús, que supera las limitaciones del antiguo pacto y brinda una nueva forma para que los creyentes se conecten con Dios. Su sacrificio es de una vez por todas, proporcionando un camino hacia la salvación y una relación directa con Dios, que el sacerdocio terrenal no podía lograr plenamente.