En esta vívida representación, Egipto se compara con una serpiente que se desliza, lo que transmite una sensación de retirada y miedo. La serpiente, a menudo vista como símbolo de astucia y sutileza, aquí representa el intento de Egipto de escapar de una derrota inevitable. Los invasores son comparados con hombres que empuñan hachas, talando árboles, lo que sugiere un enfoque metódico y constante hacia su conquista. Esta imagen de la tala de árboles implica que las defensas y el orgullo de Egipto serán desmantelados sistemáticamente, dejándolos expuestos y vulnerables.
Históricamente, este pasaje refleja los cambios geopolíticos de la época, donde Egipto, una vez un imperio poderoso, enfrentaba un declive y la subyugación por parte de potencias emergentes. Espiritualmente, sirve como un recordatorio de la impermanencia del poder humano y la futilidad de confiar únicamente en la fuerza terrenal. Subraya el tema de la justicia divina y la idea de que todas las naciones están, en última instancia, sujetas a la voluntad de Dios. Para los creyentes, esto puede ser un llamado a confiar en la soberanía de Dios y a buscar Su guía en tiempos de incertidumbre.