Una calamidad sin precedentes se cierne sobre la tierra de Judá. Enjambres de langostas arrasan los campos, devorando cada brizna de vegetación a su paso. Joel, el profeta, alza su voz en medio de la crisis, instando a todas las generaciones a prestar atención. Esta plaga no es un mero desastre natural, sino una advertencia divina que exige una respuesta. Los sacerdotes son llamados a vestirse de luto, los agricultores a lamentarse por sus cosechas perdidas. El profeta ve en esta devastación un preludio del "día del Señor", un tiempo de juicio inminente. Con urgencia, convoca al pueblo a un ayuno solemne, un clamor colectivo a Dios por misericordia y restauración.
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