En el contexto de la entrada de los israelitas a la Tierra Prometida, la delimitación de los límites fue crucial para establecer los territorios tribales. El límite oriental del territorio de Judá está definido por el Mar Salado, conocido hoy como el Mar Muerto, que se extiende hacia el norte hasta donde el río Jordán fluye hacia él. Este marcador geográfico era significativo porque proporcionaba un límite claro y reconocible. El Mar Salado, siendo uno de los puntos más bajos de la tierra, era un hito natural que ayudaba a demarcar la tierra.
La asignación de tierras a las tribus fue un cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham, Isaac y Jacob, asegurando que cada tribu tuviera un lugar al que llamar hogar. Esta división de tierras no solo se trataba de espacio físico, sino también de establecer un sentido de identidad y pertenencia entre los israelitas. Subrayaba la idea de que Dios era fiel a Su pacto y proveía para Su pueblo. Los límites servían como un recordatorio del orden y la provisión de Dios, animando a los israelitas a confiar en Sus planes y promesas.