Durante los 40 años de viaje de los israelitas en el desierto, la generación original que había salido de Egipto falleció, dejando atrás a sus hijos que no habían sido circuncidados. La circuncisión era un signo crítico del pacto entre Dios y los descendientes de Abraham, marcándolos como el pueblo elegido de Dios. Al estar los israelitas a punto de entrar en la Tierra Prometida, era esencial reafirmar su identidad y compromiso con Dios. Josué, como su líder, tomó la iniciativa de circuncidar a la nueva generación, asegurando que estuvieran espiritualmente preparados para heredar la tierra prometida a sus antepasados.
Este acto no fue simplemente un ritual físico, sino una profunda renovación espiritual. Significaba un retorno a la relación de pacto con Dios, enfatizando la obediencia y la fidelidad. La circuncisión en Gilgal fue un momento crucial, simbolizando la eliminación del oprobio del pasado y un nuevo comienzo para la nación. Fue un recordatorio de la fidelidad de Dios y de la importancia de mantener su identidad distintiva como Su pueblo. Esta preparación fue fundamental para los desafíos y bendiciones que les esperaban en la Tierra Prometida.