En la antigua Israel, Dios dio instrucciones específicas sobre la tierra para asegurar que cada tribu y familia tuviera los medios para sustentarse. Las tierras de pastoreo que rodeaban las ciudades fueron designadas como posesiones permanentes, lo que significa que no podían ser vendidas o transferidas permanentemente a otros. Esto era crucial porque estas tierras proporcionaban áreas esenciales para el pastoreo de ganado, que era una fuente primaria de alimento, vestimenta y actividad económica.
Al exigir que estas tierras permanecieran con la comunidad, Dios aseguraba que el pueblo siempre tuviera los recursos necesarios para mantener sus medios de vida. Este mandamiento refleja un principio más amplio de administración responsable, donde la tierra no se ve solo como propiedad para ser poseída y comerciada, sino como un regalo de Dios que debe ser cuidado y preservado. Resalta la importancia de pensar más allá de las necesidades inmediatas y considerar el bienestar a largo plazo de la comunidad y las generaciones futuras.
Este principio se puede aplicar hoy fomentando la gestión responsable de los recursos y enfatizando la importancia de la comunidad y la sostenibilidad. Nos recuerda que nuestras acciones deben considerar el bienestar de los demás y del medio ambiente, promoviendo un sentido de responsabilidad y cuidado por el mundo que habitamos.