En la tradición israelita antigua, la ofrenda por el pecado era un elemento vital de su sistema sacrificial, diseñado para expiar pecados involuntarios y restaurar la relación de la comunidad con Dios. Este pasaje detalla la instrucción específica de llevar el chivo vivo ante Jehová, donde se confiesan los pecados de los hijos de Israel. Al poner sobre la cabeza del chivo todas sus iniquidades, se simboliza la transferencia de la culpa, representando la necesidad de purificación y la restauración de la relación con Dios.
El chivo, enviado al desierto, simboliza la eliminación de la iniquidad de la comunidad, mostrando que el pecado no debe permanecer entre el pueblo. Este ritual subraya la importancia de la responsabilidad comunitaria en la búsqueda del perdón, enfatizando que las acciones de los individuos pueden afectar a todos. Además, resalta la necesidad de buscar la misericordia de Dios y mantener la pureza y la santidad como grupo. A través de estos rituales, los israelitas demostraban su compromiso de vivir conforme a las leyes de Dios y su dependencia de Su gracia para el perdón.