Jesús nos llama a ser la luz del mundo, reflejando su amor y verdad en nuestras vidas diarias. Como una ciudad en lo alto de una colina, nuestra fe debe ser visible y no escondida. Estamos llamados a iluminar con nuestras acciones y palabras, llevando esperanza y guía a quienes nos rodean.
En un mundo lleno de oscuridad y desesperanza, nuestra luz puede ser un faro de esperanza y consuelo. Cada pequeño acto de bondad, cada palabra de aliento, y cada muestra de amor puede tener un impacto significativo. No debemos subestimar el poder de nuestra luz, ya que incluso la más pequeña chispa puede iluminar una habitación oscura.