Dios hace una promesa solemne que es eterna e inmutable. Se refiere a un sacerdocio que trasciende el tiempo, comparándolo con Melquisedec, una figura misteriosa del Antiguo Testamento conocida por su justicia y paz. Este versículo subraya la permanencia de las intenciones de Dios y Su compromiso inquebrantable con Sus promesas. En la comprensión cristiana, esto se interpreta a menudo como una profecía sobre Jesucristo, quien se considera que cumple con este sacerdocio eterno. Jesús, al igual que Melquisedec, es visto como un sacerdote que trae paz y justicia, cerrando la brecha entre la humanidad y Dios. Esta conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento resalta la continuidad del plan de salvación de Dios y la certeza de que Sus promesas son confiables y eternas. Se anima a los creyentes a confiar en la naturaleza firme de la palabra de Dios y Su propósito divino, que permanece constante a lo largo del tiempo.
Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec.
Salmos 110:4
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