En la vida, a menudo buscamos crecer y lograr grandes cosas. Sin embargo, este crecimiento no debe alejarnos de nuestra verdadera esencia: la humildad. Al reconocer nuestra pequeñez ante la inmensidad de Dios, nos abrimos a recibir su gracia. La humildad no es debilidad, sino fuerza interna que nos permite servir a los demás con amor y compasión. Nos recuerda que, independientemente de nuestros logros, siempre necesitamos de Dios. Al mantenernos humildes, nos volvemos receptivos a su guía y bendiciones, y podemos vivir una vida plena en su presencia. La humildad nos enseña a valorar lo que realmente importa: el amor, la fe y la comunidad.
Cuanto más grande seas, más debes humillarte, así hallarás gracia ante el Señor.
Eclesiástico 3:18
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