En la época del rey Joás, se proclamó un edicto en Judá y Jerusalén para recaudar un impuesto para el Señor, tal como lo había mandado Moisés. Este impuesto estaba destinado a apoyar el mantenimiento del templo, asegurando que el lugar de adoración siguiera siendo una parte central y funcional de la vida espiritual de la comunidad. El llamado a dar era un recordatorio de la responsabilidad compartida entre el pueblo para cumplir con sus deberes y tradiciones religiosas. También servía para unir a la comunidad en un propósito común, reforzando su identidad como el pueblo escogido de Dios.
Este impuesto no era solo una obligación financiera, sino también espiritual, simbolizando el compromiso del pueblo con Dios y su disposición a invertir en su fe. Destacaba la importancia de la administración y el papel de cada individuo en contribuir al bienestar colectivo de la comunidad de fe. Al participar en este acto de dar, la gente recordaba su historia, su pacto con Dios y la necesidad continua de apoyar las instituciones sagradas que sostenían sus vidas espirituales.