Ezequiel es llevado en visión a la puerta norte del templo, donde ve a mujeres llorando por Tamuz. Este dios proviene de la mitología mesopotámica, a menudo relacionado con el ciclo de las estaciones y la fertilidad. Su muerte y resurrección eran lloradas y celebradas anualmente, reflejando los ciclos agrícolas. La presencia de este ritual en el templo indica un profundo declive espiritual entre los israelitas, quienes habían adoptado prácticas paganas y se habían alejado de su pacto con Dios.
Esta visión forma parte de una serie de revelaciones dadas a Ezequiel, que exponen la idolatría y la infidelidad del pueblo. Subraya la gravedad de alejarse de Dios y las consecuencias de permitir que prácticas idólatras infiltren la adoración. El pasaje invita a los creyentes a examinar sus propias vidas en busca de influencias que puedan apartarlos de su devoción a Dios. Es un recordatorio atemporal de la necesidad de mantener una vigilancia espiritual y la importancia de tener un corazón puro y sin divisiones en la adoración.