En el camino de la fe, quienes siguen a Cristo son llamados a una vida de transformación. Esta transformación implica una decisión deliberada de dejar atrás viejas maneras de vivir centradas en uno mismo. La 'carne' en este contexto se refiere a la naturaleza humana impulsada por deseos egoístas e impulsos que a menudo nos alejan del camino de Dios. Al 'crucificar la carne', los creyentes se comprometen a rechazar estos impulsos y, en cambio, abrazar una vida que refleje las enseñanzas y el amor de Jesús.
Este no es un evento único, sino un proceso continuo de crecimiento espiritual. Requiere dedicación diaria y la fortaleza que proviene del Espíritu Santo. A medida que los creyentes crecen en su fe, aprenden a identificar y resistir las pasiones y deseos que entran en conflicto con sus metas espirituales. Este viaje se caracteriza por un esfuerzo continuo por alinear la vida con los valores de amor, compasión y humildad que Jesús ejemplificó.
En última instancia, esta transformación se trata de convertirse más en Cristo y menos en el mundo, encontrando verdadera libertad y plenitud en una vida que honra a Dios y sirve a los demás.