El Lugar Santísimo, o Santo de los Santos, era la parte más interna y sagrada del antiguo templo judío. Estaba separado del resto del templo por un grueso velo, que significaba la separación entre Dios y la humanidad debido al pecado. En este lugar se guardaba el Arca de la Alianza, que representaba el pacto de Dios con Israel. Solo el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo, y solo una vez al año, en el Día de la Expiación, para ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo. Este ritual subrayaba la santidad de Dios y la seriedad del pecado, enfatizando la necesidad de expiación y mediación.
En el contexto del Nuevo Testamento, esta separación y el papel del sumo sacerdote prefiguran la obra de Jesucristo. Jesús es visto como el sumo sacerdote definitivo que, a través de su sacrificio, rasgó el velo, eliminando simbólicamente la barrera entre Dios y la humanidad. Este acto abrió el camino para que todos los creyentes se acercaran a Dios directamente, destacando el nuevo pacto de gracia y perdón. Así, el Lugar Santísimo sirve como un poderoso símbolo tanto de las limitaciones del antiguo pacto como del cumplimiento del nuevo pacto en Cristo.