En la conquista de Jericó, los israelitas recibieron la orden de marchar alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días, con el arca del Señor liderando la procesión. Este acto fue una profunda demostración de fe y obediencia, ya que el arca representaba la presencia de Dios entre su pueblo. Los israelitas no se estaban apoyando en estrategias militares convencionales, sino que seguían un plan divino que requería paciencia y confianza.
La marcha diaria alrededor de Jericó era un ejercicio espiritual, enfatizando la importancia de la guía de Dios para lograr la victoria. Al llevar el arca, los israelitas reconocieron que su éxito dependía de la intervención divina y no de su propia fuerza. Regresar al campamento cada noche simboliza la necesidad de descanso y reflexión, permitiendo tiempo para renovar su fe y prepararse para el viaje del día siguiente. Esta historia anima a los creyentes a confiar en el tiempo de Dios y a mantenerse firmes en su fe, incluso cuando el camino hacia adelante parece incierto.