Pilato, el gobernador romano que supervisa Judea, recibe la confirmación de un centurión de que Jesús ha muerto en la cruz. Esta verificación es crucial porque permite a Pilato entregar el cuerpo de Jesús a José de Arimatea, un miembro del consejo judío que había estado esperando el reino de Dios. La solicitud de José para enterrar a Jesús demuestra su valentía y devoción, ya que arriesga su reputación y posiblemente su seguridad para honrar a Jesús con un entierro adecuado. Este acto cumple con la profecía de que Jesús sería enterrado en la tumba de un hombre rico, como se había anunciado en Isaías 53:9.
El pasaje destaca la humanidad y vulnerabilidad de Jesús en su muerte, así como la compasión y fe de aquellos que lo siguieron. Las acciones de José sirven como un testimonio del impacto que Jesús tuvo en las personas, inspirándolas a actuar con amor e integridad incluso ante la adversidad. Este momento también prepara el escenario para la resurrección, un pilar de la creencia cristiana, al asegurar que el cuerpo de Jesús sea depositado en un lugar conocido, que más tarde se convertiría en el sitio de la tumba vacía.