La carta de Pablo a los romanos comienza con una declaración profunda sobre Jesucristo, enfatizando su doble naturaleza. Al afirmar que Jesús era descendiente de David según la carne, Pablo lo conecta con la herencia judía y el cumplimiento de las profecías mesiánicas. Este linaje es crucial porque vincula a Jesús con las promesas que Dios hizo a David, asegurando que el Mesías vendría de su línea. Resalta la humanidad de Jesús, mostrando que vivió una vida real y terrenal, experimentando los mismos desafíos y alegrías que cualquier otra persona. Esta conexión con David también refuerza el derecho de Jesús al trono de Israel, consolidando su papel como el Rey y Salvador esperado.
Además, este versículo prepara el terreno para entender el misterio de la encarnación: cómo Jesús, plenamente divino, asumió forma humana para vivir entre nosotros. Esta doble naturaleza es central en la teología cristiana, ya que afirma que Jesús es tanto Dios como hombre, capaz de cerrar la brecha entre la humanidad y lo divino. Al enfatizar su linaje terrenal, Pablo asegura a los creyentes que las enseñanzas y sacrificios de Jesús están arraigados en una realidad tangible, haciendo que su mensaje sea accesible y relevante para todos.