Al regresar a Jerusalén, Pedro enfrenta críticas por haber compartido el evangelio con los gentiles. Sin embargo, él explica la visión que tuvo y cómo Dios le mostró que no debía discriminar. Relata cómo el Espíritu Santo descendió sobre Cornelio y su familia, confirmando que Dios no hace acepción de personas. La respuesta de la iglesia es de alabanza a Dios, reconociendo que también a los gentiles se les ha concedido el arrepentimiento para vida. Este capítulo destaca la importancia de la obediencia a la dirección del Espíritu Santo y la expansión del evangelio más allá de las fronteras judías. Además, se menciona el crecimiento de la iglesia en Antioquía, donde los creyentes son llamados por primera vez cristianos, marcando un nuevo capítulo en la historia de la iglesia.
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