En los primeros días de la Iglesia, hubo un debate significativo sobre si los gentiles podían ser parte de la comunidad cristiana sin convertirse primero en judíos. La experiencia de Pedro con Cornelio, un gentil, y la posterior efusión del Espíritu Santo sobre Cornelio y su familia, fue un punto de inflexión. Cuando Pedro compartió este evento con los creyentes judíos, inicialmente fueron escépticos. Sin embargo, al escuchar cómo Dios había actuado claramente, no pudieron negar la evidencia de Su obra. Esto los llevó a regocijarse y reconocer que el don de arrepentimiento y vida eterna de Dios estaba disponible para todos, sin importar su origen étnico o cultural. Este momento fue crucial en la historia del cristianismo, ya que subrayó el mensaje de que el amor y la salvación de Dios estaban destinados a todas las personas, derribando los muros de división y prejuicio. Estableció un precedente para la misión de la Iglesia de difundir el Evangelio a todas las naciones, reflejando la naturaleza inclusiva del reino de Dios y el poder transformador de Su gracia.
La aceptación de los gentiles en la comunidad cristiana no solo fue un acto de justicia, sino también una manifestación del amor incondicional de Dios, que desea que todos tengan la oportunidad de conocerlo y experimentar Su salvación.