En el contexto del cautiverio babilónico, Daniel y sus amigos recibieron nuevos nombres del oficial principal, simbolizando su integración en la sociedad babilónica. Este acto era común en la antigüedad como una forma de afirmar autoridad e influencia sobre los cautivos al remodelar su identidad. Daniel fue renombrado como Belteshazzar, Hananiah se convirtió en Sadrac, Misael fue llamado Mesac y Azarías recibió el nombre de Abednego. Estos nombres probablemente estaban destinados a honrar a los dioses babilónicos, en contraste con sus nombres hebreos originales que honraban al Dios de Israel.
A pesar de este intento de cambiar su identidad, Daniel y sus amigos se mantuvieron firmes en su fe y compromiso con Dios. Su historia es un poderoso recordatorio de que, aunque las circunstancias externas pueden cambiar, la fe y las convicciones internas pueden permanecer fuertes. Anima a los creyentes a aferrarse a su identidad espiritual y valores, incluso cuando enfrentan presiones culturales o intentos de redefinir quiénes son. Este pasaje resalta la importancia de la fortaleza interior y la resiliencia en el mantenimiento de la fe y la integridad.