La ley fue dada para abordar y gestionar la pecaminosidad humana, actuando como guía y guardiana hasta la llegada de Cristo, quien es referido como la 'Simiente' en este contexto. Esto resalta la naturaleza temporal de la ley, que nunca fue destinada a ser la solución final para la separación de la humanidad de Dios. En cambio, sirvió para hacer que las personas tomaran conciencia de sus pecados y de su necesidad de redención. La ley fue entregada por ángeles y mediada, lo que significa su origen divino y la seriedad con la que fue dada.
Sin embargo, la ley no estaba destinada a reemplazar la promesa que Dios hizo a Abraham, la cual se cumplió en Cristo. Esta promesa se centraba en la fe y la gracia, ofreciendo una relación más profunda y completa con Dios. La llegada de Cristo cumplió esta promesa, proporcionando un camino para que las personas sean justificadas por la fe en lugar de por la adherencia a la ley. Esta transición de la ley a la gracia es fundamental para entender la fe cristiana, enfatizando que, aunque la ley tuvo su propósito, es a través de Cristo que los creyentes encuentran verdadera libertad y salvación.