Santiago inicia su carta identificándose como un siervo de Dios y del Señor Jesucristo, una declaración que, aunque humilde, posee un gran poder en cuanto a su rol y autoridad. Al usar el término 'siervo', Santiago se alinea con los profetas y apóstoles que sirvieron a Dios con fidelidad. Se dirige a las 'doce tribus dispersas entre las naciones', refiriéndose a los cristianos judíos que se encontraban esparcidos por todo el Imperio Romano. Esta dispersión, conocida como la Diáspora, significaba que estos creyentes vivían en diversos contextos culturales y religiosos, enfrentando a menudo pruebas y persecuciones.
El saludo de Santiago es tanto formal como cálido, preparando el escenario para una carta llena de sabiduría práctica y aliento. Su reconocimiento de las tribus esparcidas resalta la naturaleza universal de su mensaje, aplicable a todos los cristianos sin importar su ubicación o circunstancias. El versículo de apertura invita a los lectores a reflexionar sobre su identidad como parte de una comunidad de fe global, unida por su compromiso con Dios y Jesucristo. Anima a los creyentes a abrazar sus roles como siervos, viviendo su fe con integridad y propósito, incluso en entornos desafiantes.