En este pasaje, Dios habla al pueblo de Judá, que ha estado viviendo en Egipto tras la caída de Jerusalén. A pesar de las claras instrucciones de Dios en contra de la idolatría, han continuado adorando a la "Reina del Cielo", una diosa pagana. El pueblo, junto con sus esposas, ha hecho votos para continuar con esta adoración, y Dios reconoce su compromiso con estos votos. Sin embargo, esto no es una aprobación, sino un reconocimiento de su elección de desafiar Sus mandamientos.
El pasaje subraya la gravedad de hacer promesas y la importancia de alinear los compromisos con la voluntad de Dios. Actúa como una advertencia sobre las consecuencias de la idolatría y los peligros espirituales de apartarse de Dios. Se recuerda al pueblo de Judá que sus acciones tienen consecuencias, y que su elección de adorar a otros dioses conducirá a su caída. Este mensaje es un recordatorio atemporal para los creyentes de permanecer fieles a Dios, ser cautelosos con los compromisos que hacen y asegurarse de que su adoración y devoción estén dirigidas únicamente hacia el único Dios verdadero.