En la tradición israelita antigua, el Día de la Expiación era un evento significativo donde el sumo sacerdote realizaba rituales para expiar los pecados del pueblo. Dos machos cabríos eran centrales en esta ceremonia. Se echaban suertes para determinar el destino de cada uno. Un macho cabrío era designado para el Señor y se sacrificaba como ofrenda por el pecado, simbolizando la purificación y expiación de los pecados del pueblo. El otro macho cabrío, conocido como el chivo expiatorio, era enviado al desierto. Este acto simbolizaba la eliminación y carga de los pecados del pueblo, ofreciendo una vívida imagen del perdón de Dios y la limpieza de la comunidad.
Este ritual subraya los temas del arrepentimiento y el perdón divino. Refleja la creencia en un Dios que desea purificar y renovar a su pueblo, ofreciéndoles la oportunidad de comenzar de nuevo. El concepto del chivo expiatorio también apunta a la idea de la expiación sustitutiva, donde uno lleva la carga de los pecados de otro. Esta práctica anticipa el sacrificio definitivo en la teología cristiana, donde Jesús es visto como el que lleva los pecados de la humanidad, ofreciendo redención y reconciliación con Dios.