Este versículo nos recuerda el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, un tema recurrente en el Nuevo Testamento, especialmente en el Evangelio de Mateo. La conexión entre la profecía y su cumplimiento es crucial para entender el papel mesiánico de Jesús. Al referirse a los profetas, el versículo enfatiza que las acciones de Jesús eran parte de un plan divino que se había puesto en marcha mucho antes de Su ministerio terrenal. Este cumplimiento no se trata solo de predecir eventos, sino de demostrar la fidelidad de Dios a Sus promesas y Su papel activo en la historia humana.
Para los primeros cristianos, especialmente aquellos con un trasfondo judío, ver a Jesús como el cumplimiento de la profecía era esencial para reconocerlo como el Mesías. Esto asegura a los creyentes que las promesas de Dios son dignas de confianza y que Él tiene el control, trabajando a través de la historia para llevar a cabo Sus propósitos. Esta comprensión anima a los cristianos a tener fe en el plan de Dios para sus propias vidas, confiando en que Él los guía de acuerdo a Su voluntad. El versículo invita a reflexionar sobre la continuidad de la obra de Dios desde el pasado hasta el presente, afirmando que Sus promesas siguen siendo verdaderas y relevantes hoy en día.