En este versículo, Jesús advierte que en el día del juicio, muchos afirmarán haber realizado grandes obras en su nombre, como profetizar, expulsar demonios y realizar milagros. Sin embargo, estas acciones externas, por impresionantes que sean, no son la medida definitiva de la relación de uno con Dios. La atención se centra en la sinceridad y autenticidad de la fe. Jesús enseña que el verdadero discipulado va más allá de las acciones externas y requiere un compromiso genuino y sincero con sus enseñanzas y una relación personal con Él.
Esto sirve como una advertencia contra la dependencia exclusiva de las obras religiosas o los logros espirituales como prueba de la fe. Desafía a los creyentes a reflexionar sobre sus motivaciones y a asegurarse de que sus acciones estén impulsadas por un verdadero deseo de servir y honrar a Dios, en lugar de buscar reconocimiento o validación personal. El versículo subraya la importancia de alinear el corazón y la vida con los valores y principios de Cristo, enfatizando que la verdadera fe se demuestra a través del amor, la humildad y la obediencia a la voluntad de Dios.