Pablo utiliza la experiencia de Abraham para ilustrar una profunda verdad sobre la fe y la justicia. Abraham fue considerado justo debido a su fe, incluso antes de ser circuncidado. La circuncisión era simplemente un signo, un sello de la justicia que ya poseía a través de la fe. Esto significa que la justicia no depende de seguir rituales o leyes religiosas, sino que es un regalo de Dios recibido por medio de la fe. Por lo tanto, Abraham es un ancestro espiritual para todos los que creen, ya sea que sigan costumbres judías o no.
Esta enseñanza es revolucionaria porque abre la puerta de la fe a todos, no solo a aquellos que se adhieren a prácticas religiosas específicas. Enfatiza que la promesa y la gracia de Dios están disponibles para todos los que creen, sin importar su trasfondo o observancia religiosa. Esta inclusividad es una piedra angular de la fe cristiana, destacando que la salvación y la justicia se basan únicamente en la fe. Al centrarse en la fe, Pablo subraya la unidad de los creyentes y la naturaleza universal de la promesa de Dios, dejando claro que la fe trasciende fronteras culturales y religiosas.