En este versículo, Pablo reflexiona sobre la profunda herencia del pueblo judío, señalando su conexión con los patriarcas como Abraham, Isaac y Jacob. Estas figuras son fundamentales para la fe y la historia de Israel. Luego, Pablo señala el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios a través del Mesías, Jesucristo, quien proviene de esta línea. Es importante destacar que Pablo afirma la divinidad de Cristo, declarándolo como Dios sobre todo, merecedor de alabanza eterna. Esta declaración subraya la creencia cristiana en Jesús como completamente humano, a través de su linaje terrenal, y completamente divino, como Dios encarnado.
El versículo resalta la continuidad del plan redentor de Dios, mostrando cómo las promesas hechas a los patriarcas encuentran su cumplimiento en Jesús. Llama a los creyentes a apreciar las profundas raíces de su fe y la unidad del propósito de Dios a través del Antiguo y Nuevo Testamento. Este reconocimiento de la doble naturaleza de Jesús, como Dios y hombre, es central en la teología cristiana, invitando a los creyentes a adorarlo con reverencia y gratitud.