El trigésimo sexto capítulo de 2 Crónicas concluye la historia de Judá con un lamento por la destrucción de Jerusalén y el exilio del pueblo. A pesar de los esfuerzos de reyes como Josías para restaurar la adoración y la fidelidad a Dios, el pueblo persiste en su rebelión y desobediencia. La ira de Dios se desata, y los babilonios invaden Jerusalén, destruyendo el Templo y llevando a muchos a cautiverio. Este capítulo sirve como un recordatorio sombrío de las consecuencias del pecado y la infidelidad. A pesar de la devastación, se menciona la promesa de Dios de restaurar a su pueblo en el futuro. La historia de Judá termina con un llamado a la reflexión sobre la importancia de la obediencia y la fidelidad a Dios. Este capítulo invita a los lectores a considerar las lecciones aprendidas a lo largo de la historia de Israel y a buscar la restauración en la gracia de Dios.
2 Crónicas capítulo 36
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