Moisés está involucrado en un ritual significativo que marca el establecimiento de un pacto entre Dios y los israelitas. El uso de la sangre en este contexto es profundamente simbólico, representando la vida y la seriedad de las promesas que se están haciendo. En los antiguos pactos, la sangre se utilizaba para significar la naturaleza vinculante del acuerdo. Al dividir la sangre, Moisés realiza una acción dual: una parte se reserva en tazones, posiblemente para uso futuro o como símbolo de la parte del pueblo en el pacto, mientras que la otra parte se rocía sobre el altar, representando la presencia de Dios y Su aceptación del pacto.
Este ritual subraya la sacralidad de la relación entre Dios y Su pueblo. Destaca el compromiso mutuo requerido en esta relación divina-humana, donde el pueblo está llamado a vivir en obediencia a las leyes de Dios. El acto de rociar sangre sobre el altar significa purificación y dedicación, apartando al pueblo para los propósitos de Dios. Este momento es un profundo recordatorio de la importancia de la fidelidad y del poder transformador de los pactos divinos, que son fundamentales para el viaje espiritual de los israelitas.