La tribu de Manasés, una de las doce tribus de Israel, recibió una herencia considerable en la Tierra Prometida. Esta asignación incluyó diez parcelas de tierra separadas, además de las regiones de Galaad y Basán, que se encuentran al este del río Jordán. Esta división de la tierra formaba parte de la distribución más amplia entre las tribus de Israel, mientras se asentaban en la tierra que Dios había prometido a sus antepasados. La asignación de tierras no fue solo una cuestión geográfica, sino también un testimonio de la fidelidad de Dios y el cumplimiento de sus promesas. La herencia de cada tribu era una señal tangible de la provisión y el cuidado de Dios, permitiéndoles establecer sus propias comunidades y vivir de acuerdo con sus mandamientos. Para la tribu de Manasés, tener tierras a ambos lados del río Jordán simbolizaba una posición única, uniendo las partes oriental y occidental del territorio israelita. Esta distribución también resalta la importancia de la unidad y la cooperación entre las tribus, ya que trabajaron juntas para asentarse y cultivar la tierra.
La herencia de Manasés nos recuerda que Dios cumple sus promesas y provee para su pueblo, dándoles un lugar donde vivir y prosperar. Es un llamado a reconocer la fidelidad divina en nuestras vidas y a valorar el sentido de comunidad que se forma cuando trabajamos juntos en armonía.