Los rubenitas, gaditas y media tribu de Manasés, habiendo cumplido con sus obligaciones de ayudar a las otras tribus a conquistar la Tierra Prometida, regresan a sus territorios asignados al este del río Jordán. Antes de cruzar de vuelta, construyen un gran altar cerca del Jordán. Este altar no está destinado para sacrificios u ofrendas, que debían hacerse solo en el tabernáculo, sino como un testimonio de su unidad con las otras tribus de Israel. Sirve como un recordatorio físico de su pacto compartido con Dios y su compromiso con la misma fe y leyes. Este acto de construir un altar es significativo porque demuestra su deseo de permanecer espiritualmente conectados con sus compatriotas israelitas, a pesar de la separación física por el río Jordán. Enfatiza la importancia de mantener la unidad y una identidad compartida en la fe, que es crucial para la fuerza colectiva y la integridad espiritual de la nación. El altar se erige como un testimonio de su lealtad a Dios y a sus hermanos, asegurando que las futuras generaciones recuerden este vínculo.
Y cuando llegaron a los límites de la tierra de Canaán, los hijos de Rubén, los hijos de Gad, y la media tribu de Manasés edificaron allí un altar junto al Jordán, altar grande de vista.
Josué 22:10
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