Este versículo forma parte de un censo más amplio realizado por Moisés y Eleazar, el sacerdote, mientras los israelitas se preparaban para entrar en la Tierra Prometida. Registra los descendientes de Bela, un hijo de Benjamín, destacando los clanes de Ard y Naaman. Tales detalles genealógicos eran vitales para los israelitas, ya que determinaban la herencia de tierras y las responsabilidades tribales. La énfasis en la línea familiar subraya la continuidad del pacto de Dios con Su pueblo, asegurando que cada familia y clan fuera contabilizado en el desarrollo de Sus promesas.
El meticuloso registro de nombres y clanes también servía para preservar la identidad y unidad de los israelitas en medio de sus diversas experiencias y desafíos. Les recordaba sus raíces y el plan divino que incluía a cada individuo y familia. Este sentido de pertenencia y propósito era crucial mientras enfrentaban las incertidumbres de entrar en una nueva tierra, reforzando su confianza en la fidelidad de Dios a lo largo de las generaciones.