Pablo contrasta el antiguo pacto, representado por la ley dada a Moisés, con el nuevo pacto establecido a través de Cristo. La ley, grabada en piedra, era un ministerio que revelaba el pecado y traía muerte espiritual, ya que no podía salvar. A pesar de esto, estaba acompañada de gloria, como se evidencia en el rostro radiante de Moisés tras recibir los mandamientos. Sin embargo, esta gloria era temporal y se desvanecía, simbolizando las limitaciones del antiguo pacto.
Pablo utiliza esta imagen para resaltar la superioridad del nuevo pacto, que trae una gloria más duradera. A través de Cristo, los creyentes reciben un ministerio que ofrece vida y libertad, transformando corazones y mentes. El nuevo pacto no se trata de una adherencia externa a la ley, sino de una transformación interna que conduce a la justicia. Este pasaje anima a los creyentes a abrazar el poder vivificante del nuevo pacto, que supera al antiguo tanto en gloria como en efectividad.